Fantasía

Noche de cuerdas en la Puta Barbuda

Hoy vas a La Puta Barbuda con la determinación de acabar con tu timidez, tal vez con lo que se podría catalogar como terapia de choque.

Esta taberna que ejerce como un club de libertinaje sexual ofrece una exhibición cada jueves desde hace unos meses. La exhibición no es la misma dos semanas seguidas, pero siempre requiere que alguien de entre la clientela se ofrezca a ser parte de ella.

No la has visitado nunca así que durante el camino tan solo puedes fantasear imaginando con lo que tus conocidos te han contado. Una semana había unas ropas encantadas que causaban a quienes las vestían mantenerse en un estado constante de edging. Quien se presentaba para ser la exhibición, dicho así porque en ese momento era considerada más parte del mobiliario que de la clientela, debía pasar al menos una hora en el centro del salón charlando con quien quisiera y aceptando ciertas peticiones, siempre bajo la supervisión del tabernero. Te mueres de vergüenza imaginándote en esa situación, pero también de excitación.

En otra ocasión se trató de un potro encantado. A quien subía se le amarraba con unos grilletes en los tobillos y otros en las muñecas que colgaban del techo. El potro iba moviéndose, vibrando y cambiando de forma. Aquel día se ofreció una chica que además era masoquista, y permitió al resto de clientes azotarla con manos y fustas. No sabes con certeza si eso te gustaría, eres demasiado virgen como para haber probado el dolor. Como mínimo, tienes curiosidad.

Antes de poder repasar otras anécdotas te percatas de que ya estás frente a la puerta. Aún no se oye demasiado ruido, has llegado con mucha antelación por miedo a que te quiten el puesto. Pero ya hay gente dentro. Titubeas. Estás a tiempo de dar la vuelta y marchar por donde has venido. Cuando te lo planteas seriamente, la puerta se abre. El tabernero, un enano barbudo, te mira extrañado desde dentro.

‒ ¡Ah, una cara nueva! Te doy la bienvenida. Soy Thoris Falogordo, pero puedes llamarme solo Falogordo. O Thoris. Para gustos, genitales. Pero debes entrar o salir, no te puedes quedar ahí obstaculizando el paso.

Su presentación te impacta y ahora sería mucho más violento marcharte. Te lo tomas como una invitación y entras. Echas un vistazo a tu alrededor. Hay poco más de una docena de clientes. La mayoría visten cuero o látex que apenas cubre el cuerpo o lo hace en su totalidad. Sientes que te miran como a un pedazo de carne fresca.

Te diriges a la barra a pedir algo de beber. Probablemente un poco de alcohol ayude. Te atiende una elfa despampanante que, si bien te sonríe únicamente porque es su trabajo, hace que te sonrojes igualmente. Intentas apurar la bebida mientras buscas en que consiste la exhibición de hoy.

En el centro del vestíbulo se encuentra una lona. Cubre algo de unos tres metros de lado y uno de altura, ¿Tal vez una mesa? Asumes que es la exhibición, oculta hasta que haya más clientes. Lo inspeccionas como puedes sin acercarte demasiado y el sigilo no es tu mejor habilidad ya que Thoris se percata rápidamente.

‒Veo que te interesa ver que hay debajo, ¿verdad? ¿Te gustaría participar?

Agradeces que otra persona ponga palabras en tu boca. Asientes.

‒Genial. Solemos dar prioridad a las caras nuevas y no recuerdo la tuya, así que puesto adjudicado. ¿O te gustaría saber primero que es? Te lo advierto, si esperas mucho pierdes la prioridad.

El alcohol te da el valor que te falta

‒No… acepto. Me da igual que es.

‒Así me gusta, hay que echarle huevos. O ovarios. O lo que sea que tengas, no es asunto mío. Dime, ¿qué límites quieres poner? Me toca quedarme vigilando que se respeten.

Lo piensas brevemente. Quieres probar de todo y poner límites parece que puede arruinarlo.

‒No… tengo límites.

‒Oh, ¿sin límites? ¿Te parece bien que te corten un dedo? ¿Estás a tope con la coprofagia? Puede que alguien quiera matarte y resucitarte luego, es un kink entre ricos, ¿Te parece bien?

Esta vez no hace falta que contestes, se hace evidente por como palidece tu cara que no habías pensado en esas proporciones.

‒Jajaja, no te preocupes. Pareces un poco verde. Mira, si te parece bien, pongo yo los límites según crea y si en algún momento quieres parar, chasquea los dedos o grita rojo. ¿Entendido? Como es tu primera vez, te perdonaré si no duras mucho

Asientes con la cabeza, sintiendo más tranquilidad.

‒Quédate visible, si desapareces cuando anuncie la exhibición asumiré que has cambiado de opinión y escojo a quien sea que levante la mano.

Pasas un rato que se hace eterno merodeando por el local mientras racionas la cerveza. El lugar está bien iluminado con lámparas en el techo y una chimenea. Hay numerosas butacas agrupadas en las esquinas y el suelo está cubierto de alfombras. No hay mesas, las deben haber retirado hoy y en su lugar quedan amplios espacios donde congregarse a hablar o actos menos decorosos.

Siempre puedes ver a alguien que tiene menos ropa puesta que hace unos minutos, pero a pesar de lo que cuentan nadie está follando a vista del resto. Claro que para eso están las habitaciones, te ha parecido ver que una pareja pedía unas llaves en la barra y se dirigía al piso superior donde se puede tener intimidad. Está bien saberlo, aunque no es a lo que has venido.

Cuando ya sois unas treinta personas en el local, Thoris se acerca al centro de la sala y se dirige a su audiencia.

‒ ¡Buenas noches a todos, todas y todes! Como ya sabéis, es jueves, ¡la noche de los fetichismos! Si alguien no lo sabía que sepa que aún puede marcharse, ¡pero no debe temer porque aquí nadie muerde sin permiso! Jaja. En serio, si alguien muerde sin permiso saco el martillo y no lo digo de forma erótica.

La clientela ríe. Tú no puedes, tu corazón te va a mil de los nervios. Ni tan siquiera le miras a él, tu mirada está fija en la lona tratando de averiguar que cubre.

‒En fin, sabéis las reglas. Si queréis intimidar id a hablar con Eärendiel. ‒Señala a la elfa de la barra ‒No para intimar con ella, sino para que os alquile una habitación. Bueno, podéis intentar intimar con ella a vuestro propio riesgo. ‒más risas y Eärendiel le enseña a Thoris el dedo corazón ‒Si rompéis la habitación, os rompo la cabeza. Para socializar tenéis toda esta planta, las guarradas están permitidas, pero con moderación. Y para distraerse, hoy veremos en acción una de las creaciones de Glimmerdust.

Entre el público, un gnomo saluda orgulloso con la mano mientras recibe otra tanda de aplausos. Parece conocido. Cuando los aplausos finalizan, Thoris retira la lona.

Queda al descubierto una mesa sobre la que se encuentra un rollo de cuerda. Probablemente sea de quince o veinte metros y no sabes discernir el material, aunque oyes a clientes haciendo especulaciones. Thoris sigue hablando.

‒Hoy no vamos a pedir voluntarios porque ya se ha ofrecido… em… ‒Te mira y sientes como le acompañan otras veinte miradas. El color abandona tu cara ‒Oye, no me has dicho tu nombre. Bueno, tampoco es relevante. Venga, ¡sube! La mesa es firme, no te caerías ni con un terremoto.

Casi te tiemblan las piernas y probablemente el alcohol ingerido es lo único que te permite moverte. Caminas hacia la mesa y te subes apoyándote con cuidado y confirmando que no se tambalea.

‒Muy bien, veo que sabes seguir órdenes, con eso tal vez consigas pretendiente aquí.

Más risas y aplausos. ¿Esto cuenta como exhibicionismo o como humillación? En cualquier caso, sientes euforia. Te gusta. Sigues con los nervios a flor de piel, pero te gusta.

‒Ahora ponte en el centro de la mesa y mientras tocas la cuerda di “Alivisius”.

Le haces caso. La cuerda es bastante suave al tacto. Pronuncias las palabras.

Te sobresaltas cuando repentinamente la cuerda se mueve enrollándose rápidamente a tu brazo. Las sueltas, pero ahora ella te agarra a ti. Así que con un brazo intentas despegarla del otro. Pero pasa por detrás, se enrolla también a ese y contrayéndose ambos brazos se juntan en tu espalda.

El público aplaude. Varias personas rodean inmediatamente a Glimmerdust con lo que parece ser un nuevo interés en las obras del artesano. También ves a Thoris, parece satisfecho.

‒Por favor, intenta librarte de las ataduras, será más divertido.

Asientes con la cabeza, respiras hondo y examinas la situación. La cuerda se ha aferrado a tus brazos y los ha juntado, tan solo ha hecho eso. El resto de la cuerda se mueve levemente, como esperando a tus siguientes pasos.

No tienes ni idea de cómo librarte. ¿Tal vez juntando las manos y separando los hombros? Lo intentas y la cuerda reacciona. Primero se aferra con más fuerza a los hombros. Los retuerce, haciendo que dejes de presionar por dolor. Entonces te suelta brevemente para reacomodarse. En lugar de sujetar cada brazo por separado y luego unirlos, en un segundo está sujetando ambos juntos. También junta tus muñecas y separa tus pulgares.

Efectivamente, ahora estás mucho peor. Pero cuando paras de resistirte, la cuerda se limita a mantener la posición. Alguien del público se dirige a ti.

‒ ¡Las piernas! ¡Mueve las piernas! ¡Intenta salir de la mesa!

Hay risas. No espera que lo consigas, solo quiere verte intentarlo y fallar, como el resto. Y ahora dejar ir un leve gemido. No conoces a quien te ha pedido eso, pero decides hacerle caso cuando compruebas que Thoris está cerca vigilando.

Te intentas incorporar un poco para gatear hasta el extremo de la mesa y la cuerda responde al instante. Con lo larga que es, queda mucha disponible y uno de esos trozos se aferra a tus rodillas juntándolas. A continuación, sujeta los pies y los junta con tus nalgas, haciendo que caigas de lado.

Estallan más carcajadas entre el público. No tienes claro si se ríen de la situación o de ti, pero incluso si fuera lo segundo no te parece ofensivo. Tienes la sensación, casi certeza, de que si quisieras parar dejarían de reírse y se disculparían. Pero no quieres que paren.

Antes de que alguien te proponga nada, caes en que podrías seguir intentando huir de la mesa dando vueltas sobre tu cuerpo. Lo intentas y la cuerda vuelve a desplegarse. Pasa por debajo de dos esquinas de la mesa que usa para aferrarse y luego por encima de ti, sobre tu torso y cintura. Aprieta con fuerza y no puedes rodar.

Te extraña que haya siempre tanta cuerda disponible y examinándote caes en dos cosas. Primero, no hay ningún nudo. Por lo poco que sabes de bondage, hacer nudos es una parte básica. Pero los nudos hacen falta para que la cuerda se mantenga tensa. Dado que esta cuerda está animada, no los requiere, puede tensarse sola. Segundo, dado que no hay nudos y se mueve sola, puede recorrer tu cuerpo para que haya más o menos cuerda libre en cada extremo. Notas como ahora mismo lo hace, recorriendo tus brazos como una serpiente para tener en la misma distancia por el extremo que sujeta tus pies y por el que sujeta tu torso.

No se te ocurre como escapar, pero quieres forcejear un poco para ver que sucede. Y esto es que la cuerda deja tus pulgares libres antes de aferrarse alrededor de tu cuello. Te aprieta con moderación. Puedes continuar respirando, pero te requiere más fuerza y concentración, te agotas y efectivamente dejas de forcejear. Alguien en el público comenta “Yo también quiero…”. Hay quien se ríe de ti y hay quien querría ser tu.

Thoris habla:

‒Señoras, señores, “Como se diga en neutro”. ¿Sería también Señores? En fin. Usualmente el dicho es “Se mira, pero no se toca”, pero me alegra deciros que podéis tocar. Eso sí, sin pasarse.

Te sorprendes cuando la idea de que te toquen desconocidos no te aterra. De hecho, lo deseas. La cuerda ya no te aprieta tanto dado que has dejado de resistirte, así que mueves dócilmente la cabeza para examinar quien hay cerca. Dos hombres y una mujer sonríen como depredadores mientras se suben a la mesa.

Al principio se limitan a acariciarte. La cara, el pelo, el abdomen, el pubis… Thoris recuerda que pueden remendar tu ropa luego así que no tienen reparos en hacerlas trizas. La cuerda parece cooperar, moviéndose para facilitar el acceso. Te suelta brevemente los brazos y piernas para amarrarse a las cuatro esquinas de la mesa y tirar desde ellas de tus manos y pies, dejándote en una postura de estrella.

Durante casi una hora, aquellas mismas personas que no dejaban de reír mientras patéticamente intentabas librarte de la cuerda se dedican a torturarte tiernamente. Te dan pequeños mordiscos, arañazos y pellizcos. Te estimulan suficiente como para que supliques sin dejarte orgasmar. Cuando Thoris te libera, estás llorando de gozo.

Durante aquella noche viste la mesa no estuvo vacía nunca. Contaste a ocho personas distintas probando el juguete del Señor Glimmerdust, quien sabes de primera mano que ganó un montón de encargos aquel día. Por tu parte, Thoris tenía razón; varias personas mostraron interés en ti. Pronto pasarías todos los jueves por la noche en La Puta Barbuda.

La Puta Barbuda es un nombre registrado de Fali Ruiz-Dávila.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *