Mi habitación está hecha un desastre. Hay un desorden dentro del que solo yo se moverme y encontrar mis cosas; y cierto margen de suciedad que abrazo como parte de la naturaleza. Hay una planta al lado de la ventana que contra todo pronóstico prospera creciendo con una fuerza inspiradora. He encendido algunas velas negras, la luz artificial me molesta y no me parece adecuada.
He dibujado un círculo de invocación en el suelo de madera de la habitación rayándola con un cuchillo mientras reflejaba mi voluntad en una oración propia, donde ordenaba a una entidad anónima que se postre ante mí. Lo hago siguiendo las enseñanzas y convencida de que funcionará.
La poca iluminación de las velas parpadea y frente a mi aparece la criatura. Es humanoide, con cuerpo con atributos masculinos, aunque hay quien diría que es femenino en el extraño e inconsistente espectro binario en el que vivimos. No llega al metro setenta ni con la ayuda de sus pequeños cuernos casi ocultos es su abundante pelo rizado. Es bastante delgado sin mostrar apenas ni grasa ni músculo. Su piel es rojiza, aunque con distintas miradas puede parecer que alterna a un tono más azulado. Tiene dos pequeñas protuberancias cerca de los omoplatos y una larga y fina cola, mucho más espléndida que esa pena a la que llamaría pene. Me sirve.
Creo que va a decirme algo, pero me da igual. Le cojo de uno de los cuernos y por la fuerza le pongo de rodillas. Deja escapar un gemido, pero cede con facilidad, es débil. Con mi mano libre me bajo el pantalón y empujo su cara contra mi entrepierna.
Pienso que tal vez debo ser más violenta, pero parece que lo que le falta de cuerpo al menos lo tiene de inteligencia, sentido común, o al menos de supervivencia. Abre la boca y me fela sin rechistar. Se le da bien. Muy bien.
Le aparto la cabeza de nuevo y se la inclino para verle mejor. Tiene una lengua bífida, magnífico. Dejo caer algo de saliva y se orienta para recogerla con la boca sin necesidad de que se lo ordene. Parece que tiene predisposición o incluso que le gusta. Puede que no haga falta que le fuerce, pero tampoco voy a comprobarlo. Me siento en la cama y vuelvo a empujar su cabeza contra mi entrepierna para que siga un poco más.
Si bien la sensación ya es genial por si sola, quiero algo más. Le suelto para comprobar que sigue por voluntad propia, y al ser así estiro un brazo para coger mi cajetilla de fumar, con el papel de liar, tabaco, hierva, mechero y un trozo de tarjetilla de cartón que sirve como filtro.
Me preparo el porro y le doy unas caladas. Con un pie decido tocarle la entrepierna y siento que se está poniendo duro, me alegra que le guste tanto la situación. También trato de aguantarme la risa cuando veo que mueve su cola de un lado a otro como si fuera una mascota feliz de ver a su ama.
Le aparto la cabeza de nuevo, esta vez con algo de ternura, al fin y al cabo, ha hecho un buen trabajo. Le lanzo a la cara el humo y lo inhala con una adorable cara de vicio. Decido darle el porro para que le de unas caladas por su cuenta, no voy a ser la única fumada de la habitación. Obedece sin rechistar y da una fuerte calada, no creo que sus pulmones tengan ningún problema para esto. Se lo quito cuando va por la mitad, no le he invocado para que se fume mi hierva, esto era solo un pequeño premio. Dejo lo que queda de porro en la mesilla junto a la cama antes de lanzarle a él contra esta.
Me pongo sobre él y durante un par de segundos, algo aturdida por la droga, me pregunto con qué empezar. Aunque no lo parezca, debería ser casi indestructible para una “simple mortal” como yo, así que no necesito ser delicada como lo he de ser con mis otros sumisos.
Empiezo llevando una mano a su cuello y empujando con fuerza, sin saber ni importarme demasiado como respira esta criatura. Se retuerce un poco y lleva sus manos a mi brazo, intentando retirarlo, aunque su miembro parece indicar que esto le encanta. Así que sonrío, mostrándole mis dientes a mi presa. “No dejes de mirarme a los ojos”, le digo con cierta dulzura. Y a pesar de su resistencia, me hace caso. Le suelto cuando creo que debería soltarle de ser humano, aunque puede que en su caso hubiera podido continuar.
Mientras recupera el aire, clavo mis uñas en cada uno de sus costados y bajo ambas manos a la vez, con fuerza, para marcarle. Da un fuerte alarido, parece que siente dolor. Aunque su grito no dura mucho, me apresuro a ponerle mi antebrazo en la boca para silenciarlo, y ya de paso evitar que la cierre.
Sigue mirándome, no sé si con lujuria o miedo. Con la mano libre repito el proceso sobre su abdomen. Gruñe y muerde, sus dientes son más afilados de lo que creía y noto como se me atraviesan la piel. Eso me excita más.
Retiro el brazo y lo inspecciono. Decepcionada, veo que las marcas no son más visibles que las que me habría hecho el ataque de un perro, aunque hay algo de sangre que le pongo frente a la cara. “Límpialo”. Y me coge el brazo delicadamente para lamerlo. Me encanta, quiero quedármelo de mascota.
Cuando ha acabado, reviso sus arañazos. También sangran y tampoco son profundos. Su sangre parece de otro color y densidad. Decido lamerlas también y compruebo que sabe similar al vino. Por supuesto, el gime y se pone más duro. Puede que olvide que está aquí para mí, no para sí mismo. Le cojo de los huevos con fuerza. Ahora grita más que cuando le arañé. Y cuando le suelto, parece más dócil.
Le doy la vuelta. Su culo es muy apetecible. Tal vez él necesite lubricante, pero yo no y no voy a parar para buscarlo, así que empiezo a penetrarle sin tan siquiera ponerme un condón. Grita y gime. Estoy bastante segura de que le duele y que le gusta. A mí también, es una sensación muy agradable, pero la puedo hacer mejor. Su espalda es un lienzo virgen para dibujar con mis uñas.
Una y otra vez, las clavo casi a la altura de sus hombros y las bajo hasta las nalgas. Cada vez, grita, aunque parece que se va acostumbrando y tampoco cesan sus gemidos. De tanto en tanto paro de arañar y penetrar para poder lamerle, está delicioso. Y cuando mis lametazos le han limpiado por completo, reanudo los arañazos.
Cuando siento que no me falta mucho, vuelvo a tirarle de los cuernos con una mano, y paso el antebrazo opuesto por delante de su cuello. Aprieto, y mientras hace sonidos de ahogo y tensa el cuello todo lo posible, alcanzo el clímax.
Ha sido espectacular, aunque ahora me siento algo mareada. Caigo a un lado de la cama exhausta. ¿No quiero moverme o no puedo? Solo respiro pesadamente, y en otro parpadeo de las velas, él se ha ido.