Antes de salir de casa has dicho a tu familia que vas a dar un paseo nocturno a la playa. Cuentan con que irás a la que se haya a cinco minutos del domicilio, donde adolescentes se reúnen a beber alcohol y algún que otro adulto lleva a su perro a paseos nocturnos. Pero no es ahí donde te encuentras con tu amante.
En su lugar tomas el coche y te desvías varios kilómetros. Hay una bahía cuya población más cercana no llega a los mil habitantes. A estas horas no suele haber ninguna otra persona merodeando, convirtiéndolo en el lugar ideal para vuestras citas.
Aparcas en un descampado y sales del coche en un bikini barato para la ocasión cuyo único propósito es preservar algo de decoro si resulta haber algún desconocido. Hay luna llena y cielo despejado así que ves con cierta claridad y puedes caminar hasta el agua tibia y calmada. Te descalzas y te sumerges hasta que estás cubierta hasta las rodillas. Te sientas y esperas mientras oteas buscando su presencia.
No pasa mucho tiempo cuando a cierta distancia distingues su figura. Te reincorporas eufórica y te adentras, pasas de caminar a nadar y finalmente te encuentras entre tus brazos.
Su parte de aspecto humana se adentra en el valle inquietante. Sus pupilas son algo más grandes, sus orejas bastante más pequeñas, sus dientes algo más afilados, su pelo tan largo como todo su cuerpo, sus labios muy pequeños, sus uñas afiladas y por supuesto su cara muy poco expresiva. Pero no te inquieta más de lo que te fascina y atrae. Su parte de pez se extiende hasta darle una altura, o longitud según como lo enfoques, de unos dos metros y medio. Es inmenso comparado contigo y estáis a solas en su territorio. Si hubiera tiburones en la bahía estarías a salvo de ellos porque no se atreverían a acercarse a él, es un superdepredador.
Ya no hace falta que nades, te lleva sin esfuerzo mientras te aferras a su cintura. Te aleja tanto que en poco rato dejas de ver tierra y aunque fuera de día, el fondo marino es demasiado profundo como para divisarlo desde la superficie. Ahora te invade talasofobia. Si te suelta y se marcha morirás ahogada y los equipos de búsqueda tardarán en hallar tu cuerpo. Te abrazas con más fuerza. Esa cercanía a la muerte te excita.
Te aferras tanto con brazos como piernas y le besas. No tardas en buscar su lengua y juguetear con sus colmillos. Te da leves mordiscos, no lo bastante fuertes como para hacerte sangrar pero te hacen gemir levemente. Quieres que te muerda más fuerte, quieres sentirte su presa cuanto antes, pero no te deja tomar el control de la situación.
Su polla se despliega. Es proporcional a su cuerpo, por lo que tan grande que no se venden dildos de ese tamaño salvo para kinksters. Acabas de desnudarte y dejas que el agua se lleve tu bikini, no podría importarte menos en este momento. Querrías sujetársela y guiarla, pero no hace falta, él te mueve sin esfuerzo y pronto estás dentro.
Te alegras de que no haya barcos en el horizonte, podrían oírte gemir y confundirlo con gritos. No es delicado y solo está metiendo la punta. No deja de sonreír viendo como no eres capaz de controlarte. Te sujeta con fuerza clavando las uñas y te usa como un masturbador, teniendo solo el reparo de mantener tu cabeza fuera del agua al principio.
La acción se alarga durante un buen rato hasta que logras empezar a acostumbrarte, es entonces cuando te hunde con él.
Tan solo bajáis unos tres metros. Puedes seguir viendo la superficie iluminada por la luna, pero en cualquier otra dirección tan solo la inmensidad del mar, y él. Y continúa follándote, no ha parado para descender. No te ha dado tiempo a coger aire. Te pones más cachonda y orgasmas.
Con tu orgasmo se marcha en forma de burbujas ese poco aire que conservabas. Ahora no tienes nada, y sigue follándote. Y te pones más cachonda.
Cuando tu cuerpo empieza a reaccionar a la cercanía de la muerte, vuelve a subirte a la superficie. Respiras con fuerza durante el tiempo que te deje, que resultan ser unos diez segundos antes de volver a bajar.
Este proceso se repite un par de ocasiones más hasta que notas que finalmente está cerca de correrse él. Entonces te preparas, probablemente tu vayas a hacerlo por segunda vez. Y efectivamente, baja de nuevo, pero no tan solo tres metros.
Baja y no deja de nadar. No sabes cuanta profundidad, no tienes forma de saberlo. Ya no ves la superficie y sientes que estás dando vueltas. No ves nada, no oyes nada. En esta privación sensorial solo sientes como te sujeta y te penetra. Os corréis a la vez en el abismo y un fuerte mareo se apodera de ti. Dejas de resistirte.
Cuando despiertas estás en la costa de nuevo, completamente desnuda. Puedes respirar bien y no sabes exactamente que ha sucedido en ese intervalo. Aún es de noche. Regresas desnuda al coche pensando en el siguiente mes.