He preparado mi habitación dejándola limpia y ordenada para que sea un buen lugar de meditación para la invocación. He apartado todo lo que parecía prescindible y fácil de retirar, los muebles y objetos restantes se presentan en una cuidada armonía simétrica, incluso mis lápices permanecen sobre la mesa paralelos a un costado, y a la vez paralelos a las libretas. He encendido algunas velas aromáticas y algo de incienso, y dejado la persiana subida para que nos acompañe la luz de la luna.
Con cuidado, he dibujado un círculo de invocación en el suelo de madera de la habitación usando un pincel grueso y pinturas naturales mientras recitaba a susurros mis deseos más íntimos, pidiendo por favor a una entidad anónima que se muestre ante mí. Lo hago siguiendo las enseñanzas y convencida de que funcionará.
Las velas se apagan, y la luz de la luna se desvanece brevemente. A su reaparición, hay frente a mí la criatura. Es humanoide, con un cuerpo con atributos femeninos, aunque hay quien diría que es masculina en el extraño e inconsistente espectro binario en el que vivimos. Casi toca el techo, sin duda supera los dos metros acompañada por sus cuernos enormes, gruesos y ondulados que crecen verticales, y cuya base está cubierta por su pelo, en un peinado corto que parece militar. Es muy corpulenta, con toda su musculatura perfectamente definida, especialmente sus músculos abdominales y bíceps. Tiene dos anchas alas semejantes a las de un murciélago que están plegadas, de lo contrario no cabría en la habitación, y una pequeña protuberancia en el coxis. En su entrepierna, un coño cubierto de vello con unos labios colgantes visibles y un leve reflejo de la luz en la lubricación. Me siento intimidada.
Voy a decirle hola, pero antes de que pueda pronunciar la palabra aprovecha que estaba de rodillas haciendo la invocación para pisarme la espalda con fuerza y hacerme perder el aliento contra el suelo. Diría que tiene tacones, pero es la forma de sus pies.
No ofrezco más resistencia que la necesaria para respirar, temerosa de provocarla. Se inclina y me coge del pelo, tirando de él con fuerza como si fuera a arrancármelo. Gimo dolor, aunque me encanta y le veo los ojos, me está devorando con ellos.
Quita su pie de mi espalda y tirando del pelo me obliga a ponerme de nuevo de rodillas. Empuja mi cabeza contra su pierna, y aún con el shock entiendo la indirecta y empiezo a lamerla como si quisiera sacarle brillo con la lengua. Empiezo a saborear su flujo, es denso y parece hidromiel. O al menos, empieza a atontarme cada vez que lo saboreo. ¿Me está envenenando?
Mis manos están libres, y creo que si soy servicial me tratará con menos violencia. Así que llevo ambas a su cintura, intentando demostrar que si lo que quiere es que le coma el coño, no necesita ser violenta conmigo. Pero parece que le disgusta, me coge ambas manos, las junta sobre mi cabeza y las empuja hacia atrás con una mano a la vez que con la otra sigue presionándome la cabeza. Parece que está a punto de dislocarme los hombros, a un solo breve empujón de conseguirlo. Gimoteo suplicante mientras continuo la tarea procurando contentarla.
En algún momento parece que se ha aburrido o está satisfecha. Me suelta las muñecas, ya no voy a intentar tocarla con mis manos, y me hace ponerme de pie tirándome del pelo. Mi cabeza apenas llega a la altura de sus pechos, que comparativamente no son tan grandes, pero si marcados. Me coge del cuello y me orienta para que le mire a los ojos, me da miedo. Entonces me besa con lengua prolongadamente, y su beso también sabe a licor. Me tranquilizo un poco, sigue dándome miedo, pero creo que, si le hago caso, no me hará demasiado daño y puedo disfrutar también.
Me libera de su beso y me suelta el cuello, mirándome, tal vez esperando a ver que hago. Decido no hacer nada. Le sigo mirando a los ojos, tal y como ella me ha colocado, y no muevo mi cuerpo salvo por la respiración algo agitada. No intento tocarla, ni huir ni resistirme, solo estoy de pie esperando a que dé alguna indicación de lo que quiere que haga. Sonríe, parece que mi reacción le ha satisfecho.
Con una mano hace el gesto de empujarme a la cama, yo me muevo a su velocidad, bastante como para que no me parezca que me resisto pero tampoco que voy por mi cuenta. Acabo sentada en el borde de la cama, y ella se sienta sobre mí. Se inclina, y empieza a lamerme, confirmo entonces que su lengua es escamosa y excepcionalmente larga.
Cada lametón me provoca cierta euforia, me siento su presa; y lo deseo. Aunque en un momento dado gimo con demasiada fuerza y se detiene. Me dirige una mirada firme y seria, puede que con cierto enfado. ¿No quiere oírme? Respondo cerrando los labios con fuerza, parece que eso le satisface, ya que reanuda los lametones y yo me esfuerzo por contenerme.
Fallo cuando me quita la ropa haciéndola trizas y me lame los pezones. Vuelvo a gemir, y responde dándome un fuerte y audible bofetón. Sin duda ha medido su fuerza, de no ser así me habría dejado inconsciente fácilmente. Grito brevemente, lo que tarda en cerrarme la boca con una mano.
Gira mi cuello y por primera vez, veo como abre su boca y muestra dos largos colmillos. Se abalanza sobre mi hombro y lo muerde. Sin duda me ha atravesado, el dolor es tan intenso que siento que voy a desmayarme. Habrá roto tanto hueso como músculo, y la pérdida de sangre debería matarme. Pero unos segundos después, me siento bien. Será magia, será por su naturaleza, pero el dolor baja de intensidad hasta ser “solo” tan fuerte que apenas lo tolero, y noto a la vez como estoy en la gloria. Si está bebiendo mi sangre, no me importa que me vacíe.
Pero en algún se detiene. Miro, con miedo a que esto cause represalias, y veo que hay una herida, pero está cerrada, y apenas duele. Me empuja contra la cama para que me tumbe, y… me monta.
Casi había olvidado que en todo este tiempo tenía mi miembro tan duro que casi me dolía. Se lo introduce y empieza a moverse, marcando ella el ritmo. No soy capaz de contener los gemidos, aunque cierre la boca y la tape con las manos. No pasamos más de un minuto así, antes de que clave sus garras en mis hombros y yo llegue al éxtasis, tanto de dolor como de placer.
Siento la cabeza dando vueltas, solo sé que me he corrido y que debería ir al médico si mañana sigo sintiendo este dolor. La luna vuelve a apagarse brevemente, tal vez por una nube, y cuando se ilumina la habitación ella ya no está, y yo no puedo ni levantarme.