Fantasía

Las ilusiones del Maestro

Has dormido nueve horas, como te ordenó el Maestro que hicieras cada día hace ya meses. Las pocas personas con conocimientos de magia que le conocieran pensarían que un degenerado como Él te animaría a pasar la noche en vela tomando alcohol y drogas. Pero el auténtico éxtasis se consigue solo con un cuerpo sano. Por ello te obliga a dormir bien, comer y hacer ejercicio entre otras tareas.

Has despertado sin problemas. Has preparado con cuidado tu caro desayuno y te has asegurado de degustarlo adecuadamente. Te has vestido y has marchado, caminarás unos cuantos kilómetros hasta llegar al local y aprovecharás el paseo para meditar.

Son las diez de la mañana de un miércoles. Las calles están relativamente vacías con los adultos en sus lugares de trabajo y los niños en los colegios. Caminas con la espalda erigida, la mirada en frente y un ritmo estable. Repasas los planes de hoy.

Debes limpiar el local. El viernes habrá una fiesta y el Maestro desea empezar hoy los preparativos. Después debes limpiarte. Después, esperar. No ha dicho cuando llegará, sólo que en el momento oportuno. Si te apresuras en las tareas, deberás esperar una eternidad. Si vagueas, no habrás acabado a su llegada y le decepcionarás.

Habiéndote mentalizado continuas el resto del camino en silencio, concentrándote en tu entorno. Hay pájaros cantando ocultos en las copas de los árboles de la vía, decides que ellos son tu melodía y te acompañan hasta tu destino.

Llegas a la puerta roja. Además de ser un santuario mágico, el local es también un club de BDSM de forma que la discreción prima por dos partes. Todo lo que se ve desde el exterior es una puerta roja y la mayoría de viandantes asume que es un acceso al aparcamiento subterráneo bajo el edificio residencial donde se encuentra.

Sacas las llaves y entras. Huele a cerrado y hace calor. Conectas el aire acondicionado, tomas una escoba y empiezas.

Tras tres horas el santuario se encuentra como si la fiesta fuera a empezar. Se te ha hecho ameno aunque no has dejado de vigilar el tiempo. Vas a las duchas y empiezas a limpiarte tras guardar debidamente tu ropa de calle y dejar preparada la bata. Cuando sales, el Maestro está esperando.

Haces una leve reverencia con algo de preocupación. Afortunadamente no parece molesto.

‒Tan solo me has hecho esperar tres minutos, un trabajo aceptable. Toma asiento.

Asientes y te diriges a uno de los dos sillones reservados, de tela roja en contraste al resto de mobiliario negro. Te sientas con cuidado, controlando los ángulos de cada articulación. Tu Maestro se sienta frente a ti.

‒Hoy vamos a practicar tu resistencia. Avísame cuando te encuentres en condiciones de empezar.

Sientes cierto alivio. Ya has hecho este ejercicio antes así que sabes a lo que te enfrentas. Aunque recuerdas también que nunca has sido capaz de aguantar demasiado.

Te desviste con cuidado. Dado que solo llevas la bata, no tarda en ello.

‒Cierra los ojos. Cuando no seas capaz de seguir, ábrelos de nuevo. Tienes prohibido quedarte inconsciente, ahora es tu responsabilidad darte cuenta de cuando no puedes seguir y parar.

Tragas saliva. Cierras los ojos. Notas sus manos acariciándote. Primero recorre las tuyas y tu pulsación empieza a aumentar cuando pasa a explorar el resto de tu cuerpo de una forma más intrusiva. Abre tus piernas sin encontrar resistencia y también lleva una a tu cuello justo antes de que empiecen las alucinaciones.

Son tan reales que pareces tener los ojos abiertos. Sigues en el sillón, pero en lugar de tu Maestro ves a una veintena de personas a quienes reconoces. Algunas han salido de vídeos pornográficos que has visto tantas veces que han quedado grabados en tus recuerdos, otras pertenecen a tus primeras fantasías sexuales incluyendo profesorado de tu instituto. También la pareja de vecinos que sobrestiman como de bien aíslan el sonido las paredes o lo agudo de tu oído y un par de citas que no prosperaron.

Te miran y te sonríen. Se acercan a ti mientras inspeccionan sus uñas y se relamen. No puedes moverte. Tan solo emites un leve gemido de anticipación y presientes la sonrisa de tu Maestro.

Pronto están todos y todas sobre ti. Empiezan a darte leves mordiscos, en las mejillas, cuellos y pezones, pero una de ellas clava con fuerza los dientes en tu clavícula como si fuera una vampira y dejas ir un alarido junto con el que se levanta tu erección. El mordisco es breve aunque parece que ahora intentan hacerte un chupetón.

Alguien empieza a jugar con tus pezones. Succiona uno mientras presiona levemente con los dientes y le da vueltas a la areola con la lengua, mientras pellizca el otro. A la vez, han empezado a felarte.

No puedes evitar gimotear en indefensión por el asalto. Tu corazón se acelera pero te ves capaz de continuar.

No puedes moverte, pero al parecer si que pueden moverte a ti. Interrumpiendo a las tres personas que jugaban contigo, alguien te levanta como si no pesaras nada y te tumba sobre la moqueta boca abajo. Intentas seguir viendo que traman pero te ponen un antifaz y al perder tu mejor sentido te sientes aún más como un juguete sexual siendo usado por encima de sus posibilidades.

Ya no puedes anticipar lo que van a hacerte e incluso cuando nadie te está tocando estás expectante sin poder bajar la guardia. Caen algunas gotas de cera en tu espalda, algo que crees que puedes llevar sin problemas hasta que empiezan a estrangularte con suavidad, una mano firme cuyas uñas se clavan en tu cuello.

La cera para demasiado pronto, como si alguien apartara a quien la empleaba para empezar su propia actividad. Notas unos cuantos azotes fuertes en las nalgas. Quieres gritar, pero no puedes. Crees que vas a quedarte inconsciente, pero quieres aguantar un poco más.

Con la misma brusquedad parece que quien te estaba azotando a decidido penetrarte. Tu propia erección está aplastada contra el suelo goteando en un quejido silencioso mientras las ilusiones buscan su propio orgasmo sin negar. Han soltado tu cuello para tirarte del pelo en su lugar.

Te follan con fuerza, frotando tu torso contra el suelo en cada embestida. Recibes alguna bofetada que no podías anticipar, y parece que quien te ha golpeado te sujeta la cara, abre tu boca y empieza a besarte. Cuando empiezan los mordiscos a tu lengua debes tomar una decisión.

Quieres seguir hasta no poder más. Pero esto es una ilusión. Tu Maestro está frente a ti y es a Él a quien no quieres decepcionar. Con un lamento, abres tus ojos de verdad.

Estás en la silla, sudando y con el corazón a punto de salir del pecho. Te sientes débil y mareado, casi a punto de desplomarte. Tu Maestro te está tocando una mejilla. Te sonríe.

‒Muy bien. Espero que lo hayas disfrutado. Con lo que has aguantado, sin duda nuestros invitados e invitadas del viernes podrán jugar contigo sin miedo a excederse.

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