Lengua de Plata esperaba en el límite del bosque transformado en lobo. Lo más lejos posible tanto de sus compañeros licántropos como de los humanos; el lugar más seguro para el encuentro periódico con su compañero, Ojos en la Umbra.
Quedaban allí cada luna llena, excusándose cada uno de su respectiva manada con la excusa de necesitar un tiempo a solas. Ninguno de los dos se sentía preparado para confesar sus inclinaciones sexuales, aunque sus manadas, tribus y clanes eran cada vez más progresistas.
Tanto las relaciones homosexuales como el sexo entre los propios licántropos eran tabú. Hace trescientos años les habrían ejecutado a ambos, hoy tal vez simplemente les condenarian al exilio. O tal vez les acogieran, pero era un riesgo que no querían correr.
Lengua de Plata se incorporó rápidamente cuando su fino olfato de lobo captó el aroma de su amante. Olía intensamente a adrenalina, probablemente venía corriendo desde lejos para ser lo menos tardío posible. El aroma era tan fuerte que todos los herbívoros huían de la zona.
En menos de un minuto, Ojos en la Umbra llegó.
Además de oler a adrenalina, olía a otras hormonas… olía a excitación. Probablemente no se había masturbado desde el último encuentro, le gustaba hacer eso para sentirse más ansioso ese día del mes. Solo de pensarlo, Lengua de Plata sintió un cosquilleo en su abdomen y como le flaqueaban las piernas.
Trató de mantener la compostura. Aunque estaba deseando que le sometieran, no le gustaba entregarse sin lucha. Sabía que iba a perder, pero no sentiría placer si se rendía. Debía ofrecer tanta resistencia como fuera posible, incluso intentar vencer, cosa que sería una gran humillación para Ojos en la Umbra, un guerrero que no podía perder a manos de un bardo como él.
Ambos comenzaron a transformarse sin mediar palabra. En el combate todo estaba permitido y solían transmutar sus colmillos y garras para convertirlos en armas de tortura y sometimiento aún más eficaces.
Ambos se enzarzaron a la vez, apuntándose al cuello con sus colmillos. Se mordieron con fuerza mientras se clavaban las garras en los costados. Sintió un dolor intenso y persistente de inmediato, que se suavizaba a ratos sin llegar a desaparecer.
Dado que podían sanar heridas a una velocidad vertiginosa, solo debían tener el mínimo de cuidado para no darse un golpe mortal. Ojos en la Umbra era un experto en eso, y en cómo administrar dolor a alguien a quien quieres.
Lengua de Plata sabía luchar, solo que no estaba al mismo nivel, y se notaba que Ojos en la Umbra era lo bastante masoquista como para recibir golpes deliberadamente. Dejaba que le clavara los colmillos en el cuello cuando podría haberlo esquivado con facilidad. Pero a la que había tenido la oportunidad de apretar suficiente como para hacer un daño real, hincaba sus garras en el lomo obligándole a soltarle.
Durante seis minutos lucharon y un espectador inexperto hubiera pensado que iban a matarse. Ojos en la Umbra tenía su pelaje cubierto de sangre, tanto propia como ajena, y continuaba atacando impasible mientras absorbía todos los golpes. Lengua de Plata empezaba a jadear, le dolía demasiado todo el cuerpo como para mantenerse firme.
En el último asalto, parecía que Ojos en la Umbra estaba impaciente. Su miembro no había recibido ninguna atención y estaba tan duro y con el venaje tan marcado que dolía verlo. Saltó sobre Lengua de Plata y le inmovilizó a cuatro patas mientras fijaba su mandíbula en el cuello y apretó con mucha más fuerza, sin intención de soltar.
Lengua de Plata resistió diez segundos que se le hicieron eternos antes de emitir un patético gemido que representaba la rendición. Sabía que no podía seguir peleando, y tampoco podía evitar mover el trasero impacientemente de un lado a otro. La humillación de perder le excitaba todavía más y se sentía como el botín de guerra del vencedor, que ahora podría usarle como quisiera.
Ojos en la Umbra aflojó su mandíbula y le lamió la cara mientras se recolocaba. Empezó a notar presión en su ano y trató de relajarse. Entonces entró de una sola embestida.
La repentina estimulación hizo que un cosquilleo recorriera todo su cuerpo mientras se le escapaba un gemido que, de nuevo, por humillación, le excitó más. Ojos en la Umbra se recolocó otra vez y empezó un frenético mete-saca mientras le daba pequeños mordiscos en el lomo y le sujetaba con fuerza usando sus zarpas, procurando que su cuerpo estuviera fuertemente aplastado contra el suelo.
A pesar del mes de autoimpuesta castidad, Ojos en la Umbra tenía una gran resistencia y estuvo muchísimo rato empotrando, cambiando el ritmo, pero nunca deteniéndose ni sacando el miembro por completo. El asalto a su trasero acompañado del movimiento que hacía que su miembro se masturbara contra el suelo hizo que Lengua de Plata se corriera a la mitad, y pasó el resto del tiempo sobreestimulado, sin apenas poder pensar, pero complacido de estar siendo usado por el vencedor.
Tras un largo rato, Ojos en la Umbra llegó.
Se transformó de nuevo para no «engancharse», algo propio de los cuerpos caninos que a ninguno de los dos excitaba especialmente y preferían evitar. Ambos estuvieron un rato en su forma humana, abrazados, disfrutando de la Luna que había visualizado su potencial pecado, aunque para ellos su forma de amarse. Y cuando se separaron, ambos pensaban en su siguiente encuentro.